domingo, 23 de enero de 2011

El neotecnologismo y el nuevo contrato social

Hay una cierta tendencia a simplificar en los medios que pueblan internet la relación que existe entre la tecnología y sus avances y la sociedad en la que se desarrolla. Es un viejo debate, ya lo sé, pero sigue estando de actualidad.

Hay una importante y creciente ola de, vamos a denominarlos “neotecnología” cuyo discurso se centra en los avances tecnológicos descontextualizados de cualquier entorno social. Es como aquello que estudiábamos en los primeros manuales de antropología que se denominaba evolucionismo unilineal que nos decía lo que es deseable y por dónde se tienen que desarrollar los acontecimientos de modo que si no avanzamos por el camino indicado nos quedaremos fuera de la modernidad.

Este es un discurso que suele valorar poco un aspecto que es el grado de penetración o de permeabilidad de la sociedad a las nuevas tecnologías. Todo desarrollo o producto tecnológico va a tener una repercusión en la sociedad en la que se desarrolla. Para eso se elaboran indicadores de grado de penetración y uso de estos productos, por ejemplo el uso de las TIC en una sociedad, por los ciudadanos o las empresas, es un indicador que se mide para ser comparado entre los países del entorno. También hay indicadores para medir la inclusión o la exclusión de determinados colectivos o grupos sociales en el uso y/o acceso a las tecnologías.

Hay ejemplos de alta permeabilidad hacia la tecnología como ha sido el de la telefonía móvil, quizás el proceso que más ha impactado en la vida cotidiana. Hay países que cuentan más líneas de telefonía móvil que habitantes, el flujo económico que mueven las compañías es importantísimo y se ha generado todo un mundo de valores sobre teléfonos y su uso. Por ejemplo en Japón se diseña la ropa para jóvenes con un pequeño bolsillo para guardar los teléfonos móviles. O por ejemplo el poderosísimo mercado de las plataformas de juegos: Play Station, Nintendos, X-Box, Wii etc. Que tanto torturan a los padres que ya han perdido la cuenta de aparatos electrónicos que pueblan las habitaciones de sus hijos.

Sin embargo también hay ejemplos de lo contrario, de productos o desarrollos tecnológicos que no calan en el tejido social. Por ejemplo Second Life, un gran lanzamiento que se ha quedado sin los resultados esperados; los ebooks tampoco terminan de calar como formato entre el gran público; o ¿por qué Linux no termina de imponerse en el mercado de los sistemas operativos?

Esta “neotecnología” que se está imponiendo como ideología predominante no se va a encontrar enfrente a esos movimientos antimaquinistas de rechazo que poblaron los campos y ciudades de Europa entre los siglos XVIII y XIX. Esta ideología ha calado profundamente en los mercados, administraciones y entre los ciudadanos, se diseñan sistemas educativos y se adaptan las organizaciones a las necesidades de los desarrollos tecnológicos.

Hay incluso autores que afirman que este predominio de la tecnología terminará generando un nuevo contrato social. Es imperativo el conocimiento de las posibilidades tecnológicas que tiene a su alcance el individuo, y aunque son “posibilidades” finalmente es obligatorio bajo la pena de ser excluido o incluirse en la parte débil de la brecha digital. Y nos preguntamos ¿es la sociedad de la información el fin al que se dirige la humanidad de manera inexorable? ¿es el desarrollo tecnológico permanente nuestro destino como humanidad? ¿hay otra evolución posible?









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